Emprendimiento | Blog
En el oriente de la vibrante ciudad de Cali, Colombia, hay una mujer cuya determinación y espíritu han dejado huella en su comunidad. Ella es Elizabeth Florez, una emprendedora y líder, reconocida por su incansable trabajo en el comedor comunitario de su barrio, Laureano Gómez, la creación de una huerta que abastece de alimentos frescos a su proyecto y una fundación que brinda espacios de aprendizaje y empoderamiento a niñas, niños y jóvenes. Su historia es un testimonio de resiliencia, amor, dedicación a los demás y un ejemplo inspirador de cómo una persona puede hacer una diferencia significativa en su entorno.
Eli, como le gusta que la llamen, inició este camino hace más de una década. En 2010, mientras buscaba formas de generar ingresos para su familia, creó un negocio de refrigerios y buscó apoyo en los programas de capacitación de la Fundación WWB Colombia. Uno de los más transformadores ha sido ‘Yarú’, un viaje de conocimiento que le permitió no solo fortalecer su negocio, sino también profundizar en su ser y su relación con su familia, todo ello bajo el lente que cuestiona las desigualdades de género. Además, con el curso ‘Manejo Exitoso del Dinero (MED)’, Elizabeth adquirió un entendimiento profundo sobre el ahorro, el endeudamiento y el presupuesto, conocimientos que hoy aplica en cada decisión financiera que toma. Por último, el curso de liderazgo, como un faro en su recorrido, le ofreció la posibilidad de explorar su identidad, gestionar sus emociones y descubrir su potencial como líder, dotándola de las herramientas necesarias para impactar su comunidad.
Este primer emprendimiento fue el preludio de lo que sería una vida dedicada al servicio comunitario. Durante la pandemia de Covid – 19, Elizabeth vio la necesidad de apoyar a su comunidad, a través de ollas comunitarias.
Su inquietud la llevó también a impulsar su propia Fundación, con el objetivo de empoderar a las mujeres y jóvenes de su comunidad. “La Fundación cuenta con la articulación de la Secretaría de Cultura, de Salud y de Equidad de Género”, dice con orgullo. Su Fundación Elizabeth Flórez hila esfuerzos con entidades como la Biblioteca Comunal y la emisora comunitaria Oriente Estéreo. Estas colaboraciones permiten que la Fundación ofrezca talleres de empoderamiento, capacitaciones y otros recursos vitales para las mujeres y jóvenes de la comunidad.
Uno de los aspectos más valiosos de su trabajo, según Eli, es la creación de empleo para mujeres en situaciones difíciles. “Generamos empleo, y ellas comen aquí y llevan un aporte para su casa”, explica. Esta iniciativa no solo proporciona sustento inmediato, sino que también promueve la autonomía y el empoderamiento de la mujer.
El comedor comunitario no solo proporciona alimentos a quienes lo necesitan, sino que también se ha convertido en un centro de esperanza y solidaridad. “La Alcaldía y la Arquidiócesis nos ayudan con una parte, pero nosotros también gestionamos por otro lado”, puntualiza.
La logística detrás del comedor es compleja y requiere una coordinación meticulosa. Elizabeth se levanta todos los días a las 4:00 de la mañana para preparar el desayuno de su familia y despachar a sus nietos. Luego, se dirige al comedor comunitario para organizar el menú del día y supervisar la preparación de los alimentos. Su rutina es una maratón diaria de actividades que incluye reuniones con entidades gubernamentales y comunitarias, la gestión de la huerta urbana, la coordinación de las tareas en el comedor y atender los pedidos de su emprendimiento.
En este sentido, la huerta comunitaria es otro de los logros de Elizabeth y su fundación. Con la colaboración de la Alcaldía, lograron establecer un espacio donde cultivan una variedad de hierbas y vegetales, que luego se utilizan en el comedor. “Tenemos una huerta porque pensé en aromáticas, en el perejil, en el pepino, en el cilantro, en espinacas”, comenta Elizabeth, mostrando con satisfacción las hojas frescas de espinaca y los tomates cherry que cultivan.
La huerta es un ejemplo perfecto de cómo Elizabeth maximiza los recursos disponibles para beneficiar a su comunidad. A pesar de los desafíos climáticos y la falta de recursos iniciales, ha logrado mantener y expandir la huerta con éxito, involucrando a otras personas en sus proyectos y enseñándoles a cultivar sus propios alimentos. Este proyecto, además de proporcionar alimentos frescos, también es una fuente de aprendizaje y conexión con la tierra para la comunidad. Eli comparte cómo llevan a grupos de mujeres a capacitaciones en huertas más grandes, empapándose de conocimientos que luego aplican en su propio espacio.
El testimonio de Elizabeth también refleja su lucha contra la violencia de género. Al haber sufrido violencia física en su juventud, se ha convertido en una defensora ferviente de los derechos de las mujeres. Trabaja de la mano con la Subsecretaría de Equidad de Género para orientar a mujeres en situaciones de violencia y ayudarlas a empoderarse y crear sus propios negocios.
“Eso me impulsa a trabajar por las mujeres y a darles una voz de aliento”, afirma Eli. Cali, una ciudad en la que las violencias basadas en género hacen parte del diario vivir, necesita más líderes como ella, dispuestas a promover una mejor calidad de vida para las mujeres y sus familias.
A través de la Fundación Elizabeth Florez, ofrece talleres y capacitaciones que les brindan las herramientas necesarias para generar ingresos y ser autosuficientes. “Entonces uno lo que hace es eso, orientar a las mujeres para que se empoderen, para que tengan una idea de negocio, para que sean más libres”, comenta, haciendo referencia al apoyo y orientación que recibió por parte de la Fundación WWB Colombia en su emprendimiento Refrigerios y Pasabocas Eli.
Mediante su ejemplo y sus esfuerzos, inspira a las mujeres a tomar el control de sus vidas y a buscar un futuro mejor para ellas y sus familias.
La rutina de Elizabeth es un testimonio de su dedicación y amor por su trabajo. Su día comienza antes del amanecer y rara vez termina antes de las 10:00 u 11:00 de la noche. Entre preparar alimentos, organizar reuniones, cuidar de sus nietos y gestionar el comedor, su vida es un torbellino de actividad constante.
“A veces me veo apurada porque yo a todo le digo que sí, y uno debería medir el tiempo. Pero, bueno, yo hago algo para que otras personas también me ayuden,” dice riendo. A pesar de los desafíos, su pasión y compromiso nunca flaquean, “le doy gracias a Dios porque me da la fuerza, la sabiduría y las ganas a uno de seguir”, comenta.
Más allá de su impacto como líder comunitaria y emprendedora, Elizabeth desempeña un rol crucial como cuidadora tanto en su hogar como en su comunidad. Este aspecto de su vida es quizás el más demandante y significativo, ya que abarca una amplia gama de responsabilidades y sacrificios personales.
Eli es madre de tres hijas y abuela de dos nietos. Desde muy temprano ha sido la principal cuidadora de su familia, asumiendo la responsabilidad de criar y apoyar a sus hijos y nietos en todas las etapas de sus vidas.
“Yo digo que toda la vida he sido cuidadora. ¿Por qué? Porque cuando tenía a las niñas pequeñas, las cuide todo el tiempo a ellas y después mi hija mayor empezó a padecer una enfermedad terminal, dejándome a cargo el cuidado de su hijo, mi nieto”, comparte con la voz quebrada y los ojos llenos de melancolía.
Además de las tareas cotidianas como preparar comidas, ayudar con las tareas escolares y gestionar las actividades del hogar, Elizabeth también brinda apoyo emocional y físico a sus familiares. Su dedicación es evidente en el cuidado de sus nietos, asegurándose de que reciban la educación y la atención médica necesarias.
El papel de Elizabeth como cuidadora se extiende más allá de su hogar. En su comedor comunitario atiende a personas de la tercera edad, población con diversidad funcional y cognitiva y otras personas en estado de vulnerabilidad. Ella se asegura de que reciban alimentos nutritivos y cuidados adicionales, creando un ambiente seguro y acogedor para todas y todos.
“Aquí también tengo que hacer casi el mismo rol. Darles su alimentación y estar pendiente de que no se me vaya a caer alguien aquí, que no haya que correr ningún peligro”, detalla.
Elizabeth también se ocupa de ofrecer un espacio de contención emocional y apoyo para aquellas y aquellos que lo necesitan. Su comedor comunitario no es solo un lugar para comer, sino un refugio donde las personas pueden encontrar comprensión en momentos difíciles.
A pesar de los numerosos logros, Eli enfrenta desafíos significativos. La falta de recursos y el agotamiento físico y emocional son constantes en su vida. Sin embargo, su fe y determinación la mantienen en pie. Ella reconoce que su capacidad para superar la adversidad y seguir adelante es un testimonio de su carácter y su compromiso con su misión.
Elizabeth Florez es un faro de esperanza para su comunidad. Su historia es un recordatorio de lo que una persona puede lograr con dedicación, amor y un profundo sentido de responsabilidad social. A través de su trabajo en el comedor comunitario, su fundación y la huerta, no solo está proporcionando alimentos y empleo, sino también sembrando las semillas de un futuro mejor para las próximas generaciones.
Eli, al cuidar de su familia y su comunidad, deja un legado de servicio, amor y empoderamiento que inspirará a muchas más personas a seguir sus pasos.
Historias como la de Elizabeth nos recuerdan la belleza y la bondad que existen, cuando una persona decide marcar la diferencia. Con su ejemplo demuestra que el verdadero liderazgo se mide por la capacidad de tocar y transformar vidas con actos de amor y dedicación desinteresada.